¡INDIGNAOS!

¡INDIGNAOS!
Stéphane HESSEL,

Alguien con una larguísima vida de lucha, que empezó en la segunda guerra mundial cuando se unió a la resistencia francesa contra el nazismo.
Superviviente del campo de concentración de Buchenwald, del que consiguió escapar.
Formó parte de la comisión de la ONU que redactó en 1948 la Declaración Universal de los Derechos humanos.
Y que ahora con 93 años , publica esta obra, que pretende ser un alegato contra la indiferencia.
Así comienza:

Noventa y tres años. Es algo así como la última etapa. El final ya no está muy lejos. ¡Qué suerte poder aprovecharlos para recordar lo que fueron los cimientos de mi compromiso político…!

Yo también nací en 1917. Yo también estoy indignado. También viví una guerra. También soporté una dictadura...
Y este es el comienzo del prólogo de la obra en español, realizado por José Luis SAMPEDRO.

¡INDIGNAOS! Un grito, un toque de clarín que interrumpe el tráfico callejero y obliga a levantar al vista a los reunidos en la plaza. Como la sirena que anunciaba la cercanía de aquellos bombarderos: una alerta para no bajar la guardia.
Al principio sorprende. ¿Qué pasa? ¿De qué nos alertan? El mundo gira como cada día. Vivimos en democracia, en el estado de bienestar de nuestra maravillosa civilización occidental. Aquí no hay guerra, no hay ocupación. Esto es Europa, cuna de culturas. Sí, ése es el escenario y su decorado. Pero ¿de verdad estamos en una democracia? ¿De verdad bajo ese nombre gobiernan los pueblos de muchos países? ¿O hace tiempo que se ha evolucionado de otro modo?

y dentro de la obra, podemos leer:

Apelamos a las jóvenes generaciones a dar vida y transmitir la herencia de la Resistencia y sus ideales. Nosotros les decimos: ¡indignaos! Los responsables políticos, económicos, intelectuales y el conjunto de la sociedad no pueden claudicar ni dejarse impresionar por la dictadura actual de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia.
Os deseo a todos, a cada uno de vosotros, que tengáis vuestro motivo de indignación. Es un valor preciso, cuando algo te indigna como a mí me indignó el nazismo, te conviertes en alguien militante, fuerte y comprometido.
(...)
En este mundo hay cosas insoportables. Para verlo, debemos observar bien, buscar. Yo le digo a los jóvenes: buscad un poco, encontraréis. La peor actitud es la indiferencia, decir: ‘paso de todo, ya me las apaño’. Si os comportáis así, perdéis uno de los componentes esenciales que forman al hombre. Uno de los componentes indispensables: la facultad de indignación y el compromiso que la sigue.
(...)
A los jóvenes les digo: mirad a vuestro alrededor, encontraréis los hechos que justifiquen vuestra indignación… encontrareis situaciones concretas que os llevarán a emprender una acción ciudadana fuerte. ¡Buscad y encontraréis!





¡Indignaos! de S. Hessel, publicado por Ediciones Destino, colección Imago Mundi
SOBRE HÉROES Y TUMBAS
tomado del título una obra de E. SABATO.


La tumba de Jean Jacques ROUSSEAU, en el PANTEÓN de los hombres ilustres de París, Francia.










con la antorcha divina




y la leyenda Aquí reposa el hombre de la naturaleza y de la verdad

Aunque el sepulcro tiene una historia detrás. Ésta:





EL TEMPLO DE LA FILOSOFÍA Y EL CENOTAFIO DE ROUSSEAU

Las tempestades, quizás nadie pueda detenerlas, pero alguien tiene que avisar de ellas, prevenirnos de que llegan, alertar de la desolación que provocan, vigilarlas. Alguien tiene que permanecer despierto cuando todos están dormidos (de EL LIBRO DE VISITAS) .

En septiembre de 1975, se ejecutan las últimas penas de muerte en España.
Una época en la que las canciones eran censuradas si sonaban a protesta, y por eso tenían que aparecer disfrazadas, camufladas.
Probablemente el mejor alegato contra la pena de muerte de la canción española, enmascarada de canción de amor.

Si te dijera amor mío
que temo a la madrugada
no sé qué estrellas son esas
que hieren como amenazas
ni sé que sangra la luna
al filo de su guadaña
Presiento que tras la noche
vendrá la noche más larga
quiero que no me abandones
amor mío al alba
al alba, al alba
al alba, al alba...
Los hijos que no tuvimos
se esconden en las cloacas
comen las ultimas flores
parece que adivinaran
que el día que se avecina
viene con hambre atrasada
Presiento que tras la noche...
Miles de buitres callados
van extendiendo sus alas
no te destroza amor mío
esta silenciosa danza.
maldito baile de muertos
pólvora de la mañana.
Presiento que tras la noche...

AL ALBA, Luis Eduardo AUTE


La escribí los días previos a los fusilamientos de septiembre de 1975, con mucha urgencia porque quería que la gente la cantara”, recuerda Aute en una entrevista del año 2000. “Tampoco tuve que pensar mucho, surgió del dolor”. Sin embargo, escondió su intención y motivación originales en la letra de una historia de amor, para que pasase la censura. “La estructuré como si fuera una despedida para siempre y como un alegato a la muerte”, continúa. “Pero hay dos elementos muy vinculados a las ejecuciones”

Y, por supuesto, lo mejor, escucharla:


Pero ¿es la felicidad el fin de la vida humana?

Admitimos como principio que en las disposiciones naturales de un ser organizado, esto es, arreglado con finalidad para la vida, no se encuentra un instrumento, dispuesto para un fin, que no sea el más propio y adecuado para ese fin. Ahora bien; si en un ser que tiene razón y una voluntad, fuera el fin propio de la naturaleza su conservación, su bienandanza, en una palabra, su felicidad, la naturaleza habría tomado muy mal sus disposiciones al elegir la razón de la criatura para encargarla de realizar aquel su propósito. Pues todas las acciones que en tal sentido tiene que realizar la criatura y la regla toda de su conducta se las habría prescrito con mucha mayor exactitud el instinto; y éste hubiera podido conseguir aquel fin con mucha mayor seguridad que la razón puede nunca alcanzar. Y si había que gratificar a la venturosa criatura además con la razón, ésta no tenía que haberle servido sino para hacer consideraciones sobre la feliz disposición de su naturaleza, para admirarla, regocijarse por ella y dar las gracias a la causa bienhechora que así la hizo, mas no para someter su facultad de desear a esa débil y engañosa dirección, echando así por tierra el propósito de la naturaleza; en una palabra, la naturaleza habría impedido que la razón se volviese hacia el uso práctico y tuviese el descomedimiento de meditar ella misma, con sus endebles conocimientos, el bosquejo de la felicidad y de los medios a ésta conducentes; la naturaleza habría recobrado para sí, no sólo la elección de los fines, sino también de los medios mismos, y con sabia precaución los hubiera entregado ambos al mero instinto.


En realidad, encontramos que cuanto más se preocupa una razón cultivada del propósito de gozar la vida y alcanzar la felicidad, tanto más el hombre se aleja de la verdadera satisfacción; por lo cual muchos, y precisamente los más experimentados en el uso de la razón, acaban por sentir -sean lo bastante sinceros para confesarlo - cierto grado de misología u odio a la razón, porque, computando todas las ventajas que sacan, no digo ya de la invención de las artes todas del lujo vulgar, sino incluso de las ciencias -que al fin y al cabo les aparecen como un lujo del entendimiento-, encuentran, sin embargo, que se han echado encima más penas y dolores que felicidad hayan podido ganar, y más bien envidian que desprecian al hombre vulgar, que está más propicio a la dirección del mero instinto natural y no consiente a su razón que ejerza gran influencia en su hacer y omitir. Y hasta aquí hay que confesar que el juicio de los que rebajan mucho y hasta declaran inferiores a cero los rimbombantes encomios de los grandes provechos que la razón nos ha de proporcionar para el negocio de la felicidad y satisfacción en la vida, no es un juicio de hombres entristecidos o desagradecidos a las bondades del gobierno del universo; que en esos juicios está implícita la idea de otro y mucho más digno propósito y fin de la existencia, para el cual, no para la felicidad, está destinada propiamente la razón; y ante ese fin, como suprema condición, deben inclinarse casi todos los peculiares fines del hombre.
I. KANT, Fundamentación de la metafísica de las costumbres

En recuerdo de un concurso filosófico del pasado

¿Cuál es el origen de desigualdad entre los hombres y si es autorizada por la ley natural?

Academia de las Ciencias, Artes y Literaturas de Dijon (Francia), 1753

APRENDER DE LOS QUE SABEN

LECCIÓN 5

INÉS
, 1º Bachillerato
para 10ª etapa:


Era una etapa era más fácil que otras, por lo menos para mí. Lo primero que hice fue leer la etapa; cuando vi la descripción del paisaje pensé primero en un cuadro; repasé algunos y llegué a Van Gogh, y a partir de ahí, lo de la barba y la pista de Holanda, me lo dejaron claro. En efecto, como pensaba, la barba era la de Van Gogh, un color rojizo.

Contra los miedos


En su jardín de Atenas, Epicuro hablaba contra los miedos. Contra el miedo a la muerte, a los dioses, al dolor, al fracaso.
Es pura vanidad, decía, creer que los dioses se ocupan de nosotros. Desde su inmortalidad, desde su perfección, ellos no nos otorgan premios ni castigos. Los dioses no son temibles porque nosotros, efímeros, mal hechos, no merecemos nada más que su indiferencia.
Tampoco la muerte es temible, decía. Mientras nosotros somos, ella no es; y cuando ella es, nosotros dejamos de ser.
¿Miedo al dolor? Es el miedo al dolor el que más duele, pero nada hay más placentero que el placer cuando el dolor se va.
¿Y el miedo al fracaso? ¿Qué fracaso? Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco, pero ¿qué gloria podría compararse al goce de charlar con los amigos en una tarde sol? ¿Qué poder puede tanto como la necesidad que nos empuja a amar, a comer, a beber?
Hagamos dichosa, proponía Epicuro, la inevitable mortalidad de la vida


E. GALEANO, Espejos: una historia casi universal

La pregunta fundamental de la teodicea

David HUME cita a LACTANCIO quien a su vez cita a EPICURO:

¿Es que Dios quiere prevenir la maldad, pero no es capaz? Entonces no sería omnipotente. ¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces sería malvado. ¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De donde surge entonces la maldad? ¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?

11ª ETAPA

Hemos buscado, y encontrado, a unos filósofos, a Kant, a Hume, Rousseau, Voltaire y Leibniz. Pero naturalmente hay más filósofos.



¿OTRO FILÓSOFO AHORA? Quizás.

Vino del sur en trenes nocturnos y sucios que iban para el norte y se asentó como los indios a la ribera del río. De una peligrosa planta de célebre raíz surgió y con una adivinanza, de las fáciles, de las que con solo escuchar con atención se advierte la respuesta, se dio a conocer. Al principio, sin embargo, no se adaptó a un lugar donde la muerte viajaba en blancas ambulancias y las estufas de butano hacían las veces del sol y dejó dicho que, cuando recibiera la visita de la muerte, fuera devuelto al sur de donde venía. Sin embargo, con el paso del tiempo, se dejó apresar por la ciudad de las hogueras de nieve, las verbenas y los duelos, encontrando siempre un tren de vuelta a ella. Rectificó, entonces, aquella petición pidiendo que, cuando la muerte, se le dejara dormir.

Uno que lo conocía dijo de él que parecía un faquir pero también un rabino, aunque en realidad más que nada es medio quinqui, y además dicen que se casó tres veces con tres mujeres cañón de las que por tres veces se separó, pues pedirles que le quisieran era pedirles demasiado.

Sus amigos; buenos, golfos, extravagantes pero siempre excepcionales, son de lo más variopinto: una señora rubia platino que después resulta que ni rubia ni platino ni señora, un macarra de ceñido pantalón con una mesa de billar por escuela, mujeres que curan tocando y matan besando, otro con un parche en el ojo, pata de palo y cara de malo; aquella chica de boca de fresa y gracia de flores que terminó perdiéndose y un don juan que se pinta la boca; una morena de minifalda azul que toreaba a los tranvías y una dama de pelo de plata y carne morena; o aquél otro, loco en país de cuerdos, que se dedica a clamar en el desierto, una bailarina de salón que era la que más ofrecía a todos e incluso una pobre multimillonaria, tan pobre que no tenía más que dinero.

Cuando ya no estaba a punto de cumplir la cincuentena, decidió contra toda prudencia hacer testamento, delicado momento desde luego; pero entró en razón y eso que en muchas ocasiones se le había reprochado su mala vida buena, aconsejándole que dejara la nicotina, el paternina y las josefinas. Pero él, erre que erre, pidiendo fuego, vino, sexo y rock´n´roll.

Con él, hemos aprendido lo importante de ir tejiendo una cota de malla contra las desdichas para afrontar, defendernos de los sinsabores, amarguras que nos van esperando por los caminos: los amores eternos que no duran más de una estación, la extenuación por los besos que no nos dan y lo que queman en la boca los que no damos; pero también el cuidado que debemos tener con los besos de la traición, el cansancio de siempre perder o la desesperanza de esperar los sueños que tardan en venir; el peligro de volver a los lugares donde hemos felices y lo mal que nos dejan las mujeres de nuestras vidas que se marchan para siempre y excediéndose nos tiran dos besos, uno para cada mejilla.

Reconoció el poder superior de mandar sobre las lágrimas, lo amargo del domingo de un jubilado y como las cosas se vuelven sobre sí mismas cuando uno no trabaja porque estuvo preso y estuvo preso porque roba y roba porque no trabaja. Y nos aconsejó que no nos dejáramos robar las noches ya que hemos perdido los días, aunque lo mejor que nos pudiera pasar es que encontráramos un amor a medida.

Pero ahora, después de una negra nube negra, parece que los años no perdonan y dice haberse reformado, marchar a casa a horas más oportunas, no cerrar ya los bares ni hacer tantos excesos. Y sin embargo, sigue siendo amante del beso lento, tiene un alma que antes no tenía y un cuerpo que ya no se atreve a doler demasiado; sigue renunciando a la costumbre de guardar la ropa cuando se echa a nadar y siempre, siempre, termina marchándose, dejando un hueco en el colchón y pidiendo un taxi para la estación más próxima. Y aun dice estar dispuesto a dejarse romper la boca cuando hace falta y quizás también cuando no .

Y encima, para colmo del Atleti; cosa nada aconsejable para tibios amantes del descafeinado y el bajoennicotina, flojos de pantalón de esos que se vacunan contra el azar y dejan pasar las tentaciones, ni para virtuosos que hacen del triunfo lo más valioso del deporte y de la vida. Pues solo los que saben y pueden aguantar, crecer, sentir, soñar, aprender, sufrir, palmar, si acaso vencer y siempre morir, pueden ser del atleti, como los hombres hechos y derechos.


La TAREA, una PREGUNTA: ¿Dónde vive, domicilio? Calle y número donde habita semejante individuo.

La PISTA: Según nos ha dejado dicho, lleva tiempo queriendo mudarse a una calle como ésta que aparece por aquí. Pero, por unas cosas u otras, aún no parece haberlo conseguido.

PLAZO: Con tanto examen por medio, ampliamos un poco el plazo: desde ahora mismo, desde este mismo momento, desde ya… hasta el jueves, 31 de marzo, 10:30 horas.

PUNTUACIONES:
• 15 puntos para primera respuesta correcta
• 10 puntos para segunda, tercera, cuarta y quinta respuesta
• 8 puntos para respuestas sexta a décima
• 6 puntos para respuestas undécima a decimoquinta.
• 5 puntos para respuestas correctas posteriores

Habrá posibilidades de muchos puntos extra (hasta 50 puntos más) tras acertar la respuesta correcta. Atentos a los emilios (e-mail los llaman los que saben de esto)

Lo que arrastra el viento. EQUINOCCIO.

OBRAS MAESTRAS. Imprescindibles,oiga


Trigal con cuervos (1890) V. Van GOGH.


Sobre el escenario de esta obra, el atormentado pintor, en una carta a su hermano, escribió:
Son vastos trigales debajo de atormentados cielos, y no necesito salirme de mi camino para intentar expresar tristeza y extrema soledad. Espero que los veas pronto, porque espero llevártelos a París tan pronto como me sea posible, ya que casi creo que estos lienzos te dirán lo que no puedo decir en palabras: la salud y las fuerzas tonificantes que veo en el campo.

Unos pocos días después de terminar aquella obra, el 27 de julio, Van Gogh sale, como casi todos los días, al campo de Auvers-Sur-Oise (Francia) que en tantos cuadros, como el que nos ocupa, había reflejado. Allí se disparó un tiro de escopeta en el pecho. Dos días después falleció.
En la última carta dirigida a su hermano, Theo, se había despedido diciendo: ‘La miseria no terminará jamás’

Hoy, el cuadro se encuentra en el Museo Nacional Van Gogh de Ámsterdam, Holanda.

Por aquella misma época, otro atormentado, F. NIETZSCHE, el filósofo, había escrito:
Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.

la voz que clama en el desierto

Un día los enanos se revolverán contra Gulliver
todos los hombres de corazón diminutos armados con palos y con hoces
asaltarán al único gigante con sus pequeños rencores
con su bilis, con su rabia, enanos afeitados y miopes.

Pobre de ti Gulliver, pobre de ti
el día que todos los enanos unan sus herramientas y su odio
sus costumbres, sus vicios, sus carteras, sus horarios
no podrán, no podrán, no podrán perdonarte que sea alto.

Para ellos la generosidad no es más que un lujo que no pueden pagarse
viven alimentados por la envidia que los habita en forma de costumbre
míralos revolverse recelosos tras sus gafas de cocha
te acusarán, te acusarán, te acusarán:

De ser el tuerto en el país de los ciegos
de ser quien habla en el país de los mudos
de ser el loco en el país de los cuerdos
de andar en el país de los cansados
de ser el sabio en el país de los necios
de ser el malo en el país de los buenos
de divertirte en el país de los serios
de estar libre en el país de los presos
de estar vivo en el país de los muertos
de ser gigante en el país de los enanos
de ser la voz que clama en el desierto


J. SABINA, Gulliver, 1980

LA HISTORIA DE LAS COSAS

Una maravillosa, accesible y muy didáctica explicación de cómo funciona nuestro sistema productivo.
En poco más de 20 minutos, Annie LEONARD nos pone en conocimiento de las bases económicas en que vivimos, de sus resultados y de su viabilidad. Para no perdérselo.
Además, traducido a un español argentino, que también resulta atractivo.

EL TERREMOTO DE LISBOA

La mañana del domingo 1 de noviembre de 1755, en siete largos, eternos minutos, la ciudad de Lisboa quedó asolada por un terremoto. Posteriormente, un maremoto (un tsunami) y una multitud de incendios encadenados terminaron la destrucción.

Sobre las nueve y media de la mañana, la tierra comenzó a temblar, como si de una embarcación sobre el mar se tratara. De norte a sur y después de este a oeste. Un inmenso movimiento vertical derrumbó las casas, abriendo grietas de más de cinco metros de anchura por donde emanaban gases sulfurosos que ocasionaron una nube negra y densa por encima de los escombros.
Miles de personas quedaron sepultados ya en los primeros momentos, y entre los supervivientes la confusión y el terror fueron totales. Muchos huyeron hacia la desembocadura del río y allí pudieron presenciar como, por un momento, el mar retrocedía dejando a la vista una enorme extensión de tierra desde siempre cubierta por las aguas. Al instante, el mar se irguió, y con una altura inimaginable, invadió al propio río, las calles, el puerto. Una ola de 10 metros penetró profundamente en la tierra.
En las zonas que se salvaron del maremoto, los incendios se propagaron rápidamente y durante cinco días estuvieron asolando la ciudad.

Diversas estimaciones cuantifican en 90.000 los muertos en una población, la de la Lisboa de entonces de poco más de un cuarto de millón. Pero asimismo hay que añadir 10.000 más en Marruecos y más de 2.000 en España, especialmente en Ayamonte, Huelva.

Las ondas sísmicas fueron sentidas hasta en Finlandia y maremotos de más de 20 metros de altura barrieron las costas africanas del norte. Hasta la isla de la Martinica, en el otro lado del Océano Atlántico sufrió sus efectos.

Como también los padeció España. La Giralda, afectada; en Cádiz, una ola de 15 metros barrió la ciudad y por tres veces el mar entró en ella; en Salamanca, una torre de la catedral nueva sufrió tales desperfectos que se contempló la posibilidad, finalmente descartada, de derruirla; como en Valladolid. Hasta en Zamora se produjeron daños, notándose alteraciones en las aguas del Duero. Incluso, en Cataluña, en Barcelona, en la montaña de Montserrat se dice que se abrió una grieta donde se encontró agua termal.
Y asimismo, en la provincia de Albacete: se detecta el movimiento de las aguas en los aljibes y pilas, en Jorquera; el río Júcar, menguando rápidamente para después casi inmediatamente volver a crecer extraordinariamente, enturbiándose profusamente; tañidos de las campanas de las iglesias por el efecto de las vibraciones sísmicas, en Letur y Bogarra; resquebrajamiento de la iglesia de San Juan, hoy catedral, de la capital; y la caída de una almena del castillo de Almansa (datos recogidos de Efectos del terremoto de Lisboa en las localidades de la actual provincia de Albacete, de F. Rodríguez de la Torre)

La noticia del acontecimiento se propagó rápidamente por toda Europa y la inmensidad de la destrucción provocó una profunda conmoción.

Francois Marie Arouet, VOLTAIRE, anda en 1755 en Suiza, en Ginebra, una ciudad donde la libertad intelectual era en la época casi como una divisa, y es allí donde tiene noticia del devastador suceso. Profundamente impresionado por la magnitud descomunal del desastre, muy poco tiempo después, es capaz de plasmar esa conmoción en una obra, magnífica, intensa, llena de dolor y compasión, pero asimismo de indignación.
Una verdadera obra maestra y además un ejercicio filosófico de primer nivel.
Es, naturalmente, el POEMA SOBRE EL DESASTRE DE LISBOA.
Poco tiempo después, Voltaire tiene que abandonar Ginebra. Ni su poema ni la obra posterior, Cándido, sientan bien entre los calvinistas ginebrinos, que los consideran un ataque intolerable hacia la religión. Y Voltaire recuerda entonces que fueron precisamente los calvinistas los que quemaron a Miguel Servet. Definitivamente, ni Ginebra ni Suiza eran la patria de la libertad de pensamiento.



El viejo y enorme problema planteado por Epicuro acerca de cómo hacer compatible, cómo conciliar la afirmación de una divinidad absolutamente bondadosa con una calamidad humana se convierte definitivamente en irresoluble. El poema de Voltaire marca el final de la posibilidad de toda, de cualquier teodicea.


(Trabajando precisamente en esta entrada, hoy, 11 de marzo, casual y fatalmente, descomunal terremoto en Japón)

¿Por qué al hombre bueno le suceden tantas desgracias?


Me preguntaste, Lucilio, ¿por qué, si el universo se deja guiar por la providencia, suceden múltiples desgracias a los hombres buenos? (...) ¿por qué al hombre bueno le suceden tantas desgracias? (...) ¿por qué dios hace víctimas de la mala salud, de duelos y otras desgracias a los mejores? (...) ¿por qué, sin embargo, dios permite que se haga daño a los hombres buenos?
Lucio Anneo SÉNECA, Sobre la providencia

APRENDER DE LOS QUE SABEN

Lección 4

ANA ISABEL, 1º Bachillerato
para 9ª etapa


Lo primero que hice fue leer poco a poco la historia y plantearme cuánto tiempo iba a gastar. Tras tomar algunas decisiones, empecé a buscar en google: lo primero que hice tras ver el claroscuro del primer filósofo fue teclear Kant claroscuro en imágenes de google, tras ver que acerté seguí leyendo y me di cuenta que lo que decía del segundo filósofo me sonaba de haberlo escrito en mis apuntes, así que puse lo de la universidad en el google y cuando me salió Hume enseguida se refrescó mi memoria, luego seguí leyendo y me leí la biografía de Hume por completo y vi que se hacía una alusión a Rousseau, así que teclee en google Rousseau, tras leer la biografía de éste me di cuenta de que ponía que la opinión de Voltaire le afectó mucho así que decidí comprobarlo y en efecto era correcto. Luego empecé a buscar y a buscar y tras media hora leyendo cosas sobre Voltaire di con la solución final: Leibniz. Las preguntas opcionales iban apareciendo en los datos accesorios.

10ª ETAPA ¿UNA PREMONICIÓN?

No es aún la época de la siega pero poco debe faltarle. La siembra tiene ya ese color oro viejo, que viene del brillante amarillo y da paso al anaranjado que anuncia el momento justo de la recogida.
Tres caminos, enmarcados por la hierba de sus ribazos, se abren a nuestros ojos pero se pierden sin saberse dónde. Uno de ellos, el del centro, atrae la mirada y serpenteando, la lleva hacia el horizonte, atravesando el campo, cortándolo en dos, hasta donde éste se funde con el cielo. Allí se pierde a la vista; en ningún lado. Pero ¿adónde conduce? Hay caminos que no llevan a lugar alguno; otros se pierden en nada.

Debe de ser el atardecer de un día de final de la primavera, pero de un día destemplado, que se ha ido haciendo más áspero con el paso de las horas, muy alejado, ahora, de la tibieza y la fresca calidez de la floración de los campos.
Un cielo tormentoso, más aún, turbulento, donde el azul de oscuros y vigorosos trazos se mezcla con el negro, nos avisa, nos anuncia la llegada casi inminente, inevitable del trueno. La tormenta se cierne, implacable. Pero es hermoso, terriblemente hermoso.

El viento, poderoso como un golpe, produce surcos en ese vasto campo; y el cereal se balancea asustado, abriendo cauces, olas que corren rápidas hacia el fondo, tumbándose casi por la fuerza de ese viento enérgico, como encogiéndose, huyendo.

Y ahora, pájaros, en una bandada dispersa pero enorme, innumerables, levantan su vuelo. Pero no se ve claro hacia dónde se dirigen; en un momento parecen escaparse de la escena, alejarse, como al instante dirigirse hacia nosotros. Como aúspicies de augurios aciagos.

Un espectáculo de desamparo, de soledad, porque la desolación es interior, del espíritu.

Invisible a nuestra vista, un espíritu atormentado y fracasado, contempla, solitario, la escena.
Sí; definitivamente hay caminos que conducen a la nada.


La TAREA: una pregunta: ¿de qué color tiene la barba?

La PISTA: Escenas así, habrá muchas dentro de poco, en unos meses, y las podemos encontrar incluso en esta Manchuela esteparia, pero la que buscamos, concretamente ésa, está en Holanda. Por eso no hace falta, en esta etapa, foto demostrativa.

PLAZO: Desde ahora mismo, desde este mismo momento, desde ya… hasta el viernes, 18 de marzo, 10:30 horas.

PUNTUACIONES:
• 15 puntos para primera respuesta correcta
• 10 puntos para segunda, tercera, cuarta y quinta respuesta
• 8 puntos para respuestas sexta a décima
• 6 puntos para respuestas undécima a decimoquinta.
• 5 puntos para respuestas correctas posteriores

APRENDER DE LOS QUE SABEN

Lección 3
JEFATURA DE ESTUDIOS
para la 8ª etapa:


EN BUSCA DEL ÁRBOL DE LAS PIEDRAS
Como eficientes exploradores que somos, queremos dar a todos aquellos que deseen experimentar fuertes emociones, unas breves pero instructivas pautas que todo aventurero debería tener en cuenta para superar los grandes obstáculos que en el camino se puedan hallar.
Pondremos para ello como ejemplo nuestra última aventura en busca del “árbol de las piedras”. En el camino quedan tantas otras que estaremos encantados de compartir en otra ocasión con vosotros, noveles aventureros que comenzáis a explorar el entorno más desconocido.

En primer lugar es importante reflexionar sobre los datos o pistas que tenemos: un profesor, la fotografía de una curiosa encina, una distancia (11 kilómetros, 650 metros.), una orientación geográfica (dirección SE desde la puerta del IES) y la recomendación de ir en bici y con buena compañía.
No cabe precipitarse ante la aparente sencillez de la tarea, sería conveniente hacer un ejercicio de memoria y recordar la clase de Geografía donde explicaron los puntos cardinales; cualquier error en este sentido puede ser fatal si hemos hecho caso a la recomendación de ir en bicicleta. ¿Descartamos entonces esta indicación? ¡Noooo! responderéis muchos de vosotros, ¡si vamos en coche se pierde el afán aventurero del buen explorador! Tenéis razón, pues claro, faltaría más, pero aquí va el segundo consejo: colocad un cuentakilómetros a vuestro velocípedo, lo que hay que encontrar es un árbol, no una calle, así que el GPS del móvil no será de gran utilidad.
Cogemos ahora la mochila, la cantimplora llena de agua (se puede encontrar en cualquier supermercado, es fácil identificarla, viene en formato de 33, 50 ó 100 cl., forma alargada, plástico azul o transparente), y un bocadillo (no recomendable de jamón serrano si llevamos la cantimplora de 33 cl.), y comenzamos el viaje.
Las condiciones físicas condicionaron en nuestro caso el medio de transporte, así que decidimos viajar en cuatro ruedas y poner el cuentakilómetros a cero por si la competencia matemática nos fallaba. Llegamos a Mahora, más de la mitad del trayecto recorrido. Es el momento de parar a reponer fuerzas y, sobre todo, de preguntar a los vecinos por el objeto de nuestra búsqueda. La experiencia nos dice que los más ancianos del lugar son los más sabios en el conocimiento de su entorno. En cualquier caso, si nadie nos puede ayudar, al menos nos habremos entretenido observando los rostros de sorpresa o desconcierto ante la pregunta.
Seguimos adelante, hacia Valdeganga, pero ahora comprobamos que vamos bastante más despacio. El cansancio y, en especial, el cambio del estado del firme son la causa, pero no desfallezcamos, sólo debemos olvidarnos de las maravillosas autopistas y recordar que todos los caminos llevan a Roma. Al fin y al cabo ¿qué tipo de aventurero consigue sus logros sin grandes esfuerzos? Y el nuestro se ve recompensado cuando comenzamos a divisar, tras algunos espejismos anteriores, la que ya sentimos como “nuestra encina”. En este momento pensamos lo orgulloso que se sentirá de nosotros el profesor y corremos presurosos a captar la instantánea que probará la hazaña.

El consejo que ahora os voy a dar seguro que sobra, jóvenes sumergidos en el mundo de las nuevas tecnologías. ¿Habéis cargado antes de salir de casa la batería del móvil para poder hacer la foto? Claro… naturalmente.

Regresamos hacia casa y el camino se nos hace eterno deseando haber sido los primeros en hallar el “árbol de las piedras”, así que es inevitable que, entre la fatiga y la satisfacción, vayamos haciéndonos algunas preguntillas: ¿Cómo habrá descubierto el profesor esta maravilla? ¿Qué modelo de bici tendrá? ¿Cuál será la próxima andanza que propondrá? Quizás debamos ponerlo algún día a prueba y ver si está a nuestra altura, grandes exploradores.

de tiburones y humanos

— Si los tiburones fueran hombres -preguntó al señor K. la hija pequeña de su patrona- ¿se portarían mejor con los pececitos?
— Claro que sí -respondió el señor K.-. Si los tiburones fueran hombres, harían construir en el mar cajas enormes para los pececitos, con toda clase de alimentos en su interior, tanto plantas como materias animales. Se preocuparían de que las cajas tuvieran siempre agua fresca y adoptarían todo tipo de medidas sanitarias. Si, por ejemplo, un pececito se lastimase una aleta, en seguida se la vendarían de modo que el pececito no se les muriera prematuramente a los tiburones. Para que los pececitos no se pusieran tristes habría, de cuando en cuando, grandes fiestas acuáticas, pues los pececitos alegres tienen mejor sabor que los tristes. También habría escuelas en el interior de las cajas. En esas escuelas se enseñaría a los pececitos a entrar en las fauces de los tiburones. Estos necesitarían tener nociones de geografías para mejor localizar a los grandes tiburones, que andan por ahí holgazaneando.
Lo principal sería, naturalmente, la formación moral de los pececitos. Se les enseñaría que no hay nada más grande ni más hermoso para un pececito que sacrificarse con alegría; también se les enseñaría a tener fe en los tiburones, y a creerles cuando les dijesen que ellos ya se ocupan de forjarles un hermoso porvenir. Se les daría a entender que ese porvenir que se les auguraba sólo estaría asegurado si aprendían a obedecer. Los pececillos deberían guardarse bien de las bajas pasiones, así como de cualquier inclinación materialista, egoísta o marxista. Si algún pececillo mostrase semejantes tendencias, sus compañeros deberían comunicarlo inmediatamente a los tiburones.
Si los tiburones fueran hombres, se harían naturalmente la guerra entre sí para conquistar cajas y pececillos ajenos. Además, cada tiburón obligaría a sus propios pececillos a combatir en esas guerras. Cada tiburón enseñaría a sus pececillos que entre ellos y los pececillos de otros tiburones existe una enorme diferencia. Si bien todos los pececillos son mudos, proclamarían, lo cierto es que callan en idiomas muy distintos y por eso jamás logran entenderse. A cada pececillo que matase en una guerra a un par de pececillos enemigos, de esos que callan en otro idioma, se les concedería una medalla de varec y se le otorgaría además el título de héroe.
Si los tiburones fueran hombres, tendrían también su arte. Habría hermosos cuadros en los que se representarían los dientes de los tiburones en colores maravillosos, y sus fauces como puros jardines de recreo en los que da gusto retozar. Los teatros del fondo del mar mostrarían a heroicos pececillos entrando entusiasmados en las fauces de los tiburones, y la música sería tan bella que, a sus sones, arrullados por los pensamientos más deliciosos, como en un ensueño, los pececillos se precipitarían en tropel, precedidos por la banda, dentro de esas fauces.
Habría asimismo una religión, si los tiburones fueran hombres. Esa religión enseñaría que la verdadera vida comienza para los pececillos en el estómago de los tiburones.
Además, si los tiburones fueran hombres, los pececillos dejarían de ser todos iguales como lo son ahora. Algunos ocuparían ciertos cargos, lo que los colocaría por encima de los demás. A aquellos pececillos que fueran un poco más grandes se les permitiría incluso tragarse a los más pequeños. Los tiburones verían esta práctica con agrado, pues les proporcionaría mayores bocados. Los pececillos más gordos, que serían los que ocupasen ciertos puestos, se encargarían de mantener el orden entre los demás pececillos, y se harían maestros u oficiales, ingenieros especializados en la construcción de cajas, etc. En una palabra: habría por fin en el mar una cultura si los tiburones fueran hombres.

B. BRECHT, Si los tiburones fueran hombres,
en Historias del señor Keuner.

Las tempestades, quizás nadie pueda detenerlas, pero alguien tiene que avisar de ellas, prevenirnos de que llegan, alertar de la desolación que provocan, vigilarlas. Alguien tiene que permanecer despierto cuando todos están dormidos (de EL LIBRO DE VISITAS) .


¿HASTA DÓNDE PUEDE LLEGAR EL SER HUMANO?



China, Diciembre de 1937. El país está en guerra con Japón. Beijing y Shanghai ya han caído. Las tropas japonesas llegan a las puertas de Nanking, la capital. Después de semanas de bombardeos los oficiales locales y extranjeros han huido de la ciudad en ruinas. Lu, un carismático general chino, se propone firmemente echar al enemigo y lidera a sus hombres en la defensa de la capital. Les queda poca munición y están llegando los tanques japoneses. Pero ellos, se niegan a abandonar la ciudad. El Sr. Tang es cautelosamente optimista. El y su familia son conducidos a la zona de Seguridad Internacional, donde un creciente número de chinos encuentran refugio. Bajo el mando de un pequeño grupo de extranjeros que se han quedado en la ciudad, la zona se ha convertido en un auténtico campo de refugiados. La Sra, Jiang, una joven profesora china con un fuerte sentido de la ayuda, coordina la vida en este lugar lleno de gente, tratando de proteger a tantas personas como pueda. Los japoneses se están apropiando de la ciudad e instalando sus tropas. Comienza la ocupación de Nanking. Kadokawa, un silencioso y romántico soldado japonés, observa la brutalidad de la guerra, incapaz de impedir sus acciones. Nanking se está convirtiendo en un infierno. Todos se esfuerzan en sobrevivir en una ciudad donde la muerte es más fácil que la vida.(http://www.hoycinema.com/)


Año: 2009, Producción: China
Dirección: Lu Chuan
Reparto: L. Ye, G. Yuanyuan, H. Nakaizumi, F. Wei, R. Kohata
El trailer de la película:

CONTRA EL DOLOR AJENO


Las tempestades, quizás nadie pueda detenerlas, pero alguien tiene que avisar de ellas, prevenirnos de que llegan, alertar de la desolación que provocan, vigilarlas. Alguien tiene que permanecer despierto cuando todos están dormidos (de EL LIBRO DE VISITAS) .

¿HASTA DÓNDE PUEDE LLEGAR EL SER HUMANO?



En pleno verano de 1943, durante un largo periodo de calor, la Royal Air Force, apoyada por la Octava Flota Aérea de los Estados Unidos, realizó una serie de ataques aéreos contra Hamburgo. El objetivo de esta empresa, llamada ‘Operación Gomorrah’, era la aniquilación y reducción a cenizas más completa posible de la ciudad. En el raid de la noche del 28 de julio, que comenzó a la una de la madrugada, se descargaron diez toneladas de bombas explosivas e incendiarias sobre la zona residencial densamente poblada situada al este del Elba. Siguiendo un método ya experimentado, todas las ventanas y puertas quedaron rotas y arrancadas de sus marcos mediante bombas explosivas de cuatro mil libras; luego, con bombas incendiarias ligeras, se prendió fuego a los tejados, mientras bombas incendiarias de hasta quince kilos penetraban hasta las plantas más bajas. En poco minutos enormes fuegos ardían por todas partes en el área del ataque, de unos veinte kilómetros cuadrados, y se unieron tan rápidamente que, ya un cuarto de hora después de la caída de las primeras bombas, todo el espacio aéreo, hasta donde alcanzaba la vista, era solo un mar de llamas. Y al cabo de otros cinco minutos, a la una y veinte, se levantó una tormenta de fuego de una intensidad como nadie hubiera creído posible hasta entonces. El fuego, que ahora se alzaba dos mil metros hacia el cielo, atrajo con tanta violencia el oxígeno, que las corrientes de aire alcanzaron una fuerza de huracán y retumbaron como poderosos órganos en los que se hubieran accionado todos los registros a la vez. Este fuego duró tres horas. En su punto culminante, la tormenta se llevó frontones y tejados, hizo girar vigas y vallas publicitarias por el aire, arrancó árboles de cuajo y arrastró a personas convertidas en antorchas vivientes. Tras las fachadas que se derrumbaban, las llamas se levantaban a la altura de las casas, recorrían las calles como una inundación, a una velocidad de más de 150 kilómetros por hora, y daban vueltas como apisonadoras de fuego, con extraños ritmos, en los lugares abiertos. En algunos canales, el agua ardía. En los vagones del tranvía se fundieron los cristales de las ventanas, y las existencias de azúcar hirvieron en los sótanos de las panaderías. Los que huían de sus refugios subterráneos se hundían con grotescas contorsiones en el asfalto fundido, del que brotaban grandes burbujas. Nadie sabe realmente cuántos perdieron la vida aquella noche ni cuantos se volvieron locos antes de que la muerte los alcanzara. Cuando despuntó el día, la luz del verano no pudo atravesar la oscuridad plomiza que reinaba sobre la ciudad.
W.G. SEBALD, Sobre la historia natural de la destrucción.


Durante la Segunda Guerra Mundial, 131 ciudades y pueblos alemanes fueron tomados como objetivo de las bombas de los aliados y buen número de ellos resultaron arrasados casi por completo. A consecuencia de esos bombardeos, murieron seiscientos mil civiles alemanes; una cifra que duplica el número de las bajas sufridas en conjunto por los americanos. Siete millones y medio de alemanes quedaron sin hogar. Dado el asombroso alcance de la devastación, el autor se hace una pregunta: ¿por qué este tema ocupa tan escaso espacio sobre la memoria cultural de Alemania?. En Sobre la historia natural de la destrucción, Sebald investiga a fondo este ominoso silencio, las consecuencias universales de la negación del pasado. (de la contraportada del libro)

Para Sebald, un escritor tiene el imperativo moral de escribir lo que ocurrió, renunciando a cualquier tipo de artificio, apelando a la “precisión y a la responsabilidad”: “El ideal de lo verdadero se encuentra, ante la destrucción total, como el único motivo legítimo para proseguir la labor literaria (G. Piro, en una reseña de la obra)

Sebald se resiste a admitir que, en ocasiones, es necesario olvidar para seguir viviendo, probablemente cegado por un ansia de justicia moral que viene demasiado grande incluso a alguien como él. Todo esto hace de este ensayo un extraño libro beligerante, una rareza en su obra, más por el tono adoptado que por el contenido (…) Sebald parece decir que sólo un análisis distanciado permite la supervivencia, pero que en ocasiones es necesario dirigir una crítica más aguda hacia todo lo que, poco a poco, va cayendo en la autocomplacencia. Se hace imprescindible la lucha contra el olvido. (D. Quinn)



'Ariadna, te amo'

De la carta enviada por F. NIETZSCHE a Cósima Wagner, en enero de 1888, cuando el filósofo avanza por el abismo de la enfermedad mental.



Nietzsche, de E. Munch, 1863

... y nunca se libraron de los lobos ni de los cazadores de lobos

Aún recuerdo aquella historia que me contó siendo muy pequeño, acerca de los cazadores de lobos. Una historia cuyo origen se remonta a buen seguro a los anarquistas rusos y que debió de escuchar en alguna reunión popular.
La historia hablaba de un pequeño pueblo de Liberia que, acosado por los lobos, decidió un buen día formar una partida para darles caza. La tarea no se presentaba sencilla y por ello se escogió a los más valientes, a los mejores tiradores, a los más fuertes de la aldea. Y para corresponder a tal servicio, la comunidad acordó hacerse cargo de sus trabajos, de sus rebaños, del cuidado de sus casas, durante todo el tiempo que durara la batida. Se hizo así y la decisión se mostró acertada. En pocos meses los ataques de las bestias se volvieron cada vez más ocasionales y en lo más crudo del invierno las pérdidas apenas fueron unas pocas ovejas y alguna que otra espantada en algún corral, consecuencia sin duda de la desesperación aislada de algún lobo hambriento y demasiado joven. Las gentes del lugar no cabían en sí de gozo; se felicitaban y colmaban a los cazadores de honores y pequeños presentes, al tiempo que se hacían cargo de sus tareas cotidianas con esmero. Por su parte, los cazadores llevaban una vida regalada; se levantaban tarde, haraganeaban todo el día y cuando el sol declinaba salían a sus puestos en los bosques cercanos. Una vez allí, tan pronto como se delataba la manada de lobos, acudían al punto con las escopetas prestas. Y abatían tantos lobos como podían, y no eran pocos. Y así cada noche. Y durante tiempo y tiempo todo les pareció de ese color redondo que tiene todo lo perfecto. Incluso vender las pieles resultó también un buen negocio.
Sin embargo, la historia seguía contando que no tardó en asomar la sombra de un grave problema: los hombres de la partida comenzaron a darse cuenta de que, de continuar con la eficacia de sus batidas, pronto se acabaría para siempre la amenaza de los lobos en toda la región, y con ella, la buena vida del cazador. Y habría que regresar a apacentar los rebaños, almacenar el forraje, remover el estiércol… en fin a esa sorda lucha por la existencia cotidiana de la que tan milagrosamente estaban exentos. La expectativa era grave y se comentó, se analizó, se discutió. Finalmente, alguien propuso la solución más extrema: se trataría de abatir las fieras necesarias como para que el pueblo siguiera considerando eficaces sus servicios pero no las suficientes como para que se pudiera prescindir de ellos. Habría que fijar un cupo exacto para que los lobos continuaran siendo, en adelante y para siempre, una amenaza aceptable. Se trataba de evitar a toda costa que la manda se extinguiera. Sólo así podrían ellos seguir gozando de una vida de cazadores de lobos. Así se propuso y así se hizo.
Y lo que la historia acabará contando es que de este modo el pueblo no acabó de librarse nunca, desde entonces, ni de los lobos ni de los cazadores de lobos.


M. MOREY, Deseo de ser piel roja

La muerte de SÉNECA

M. Domínguez Sánchez, La muerte de Séneca, 1871


Sin dejarse turbar, pide Séneca su testamento y, ante la negativa del centurión, se vuelve hacia sus amigos, diciendo que, “puesto que se le prohibía agradecer sus servicios, les deja al menos el único bien que le restaba, pero el más hermoso de todos: la imagen de su vida. Si guardaban su recuerdo hallarían en el renombre de la virtud la recompensa de su constante amistad”. Y como llorasen, Séneca les habló primero con sencillez; después, con tono más severo, les reprendió y aconsejó firmeza. Les preguntaba “qué había venido a ser sus lecciones de prudencia, dónde estaban los principios que habían meditado durante tantos años contra la fatalidad. Porque, en fin, ¿quién no conocía la crueldad de Nerón? Al martirio de su madre y de su hermano no le restaba más que ordenar también la muerte del hombre que le había educado e instruido”.
Después de estas exhortaciones, que parecían dirigirse a todos, instintivamente estrechó a su mujer en sus brazos, un poco enternecido, a pesar de la fortaleza de su espíritu, le rogó y suplicó que moderase su dolor y no lo hiciere perpetuo, sino que en la contemplación de una vida consagrada a la virtud encontrase el consuelo de la pérdida de su esposo. Pero Paulina aseguró que también ella estaba decidida a morir y reclamó el brazo del verdugo. Entonces Séneca no se opuso a su gloria; además su amor temíase que quedase expuesta al oprobio una mujer por quien sentía un sin igual afecto: “Yo te había mostrado, dijo, los encantos de la vida; tú prefieres el honor de morir; no me opondré a tal ejemplo; sea igual entre nosotros la constancia de un fin tan generoso, pero en él tú consigues la mayor gloria”. Después de estas palabras se cortaron, a un tiempo, las venas de los brazos. Séneca, cuyo cuerpo débil por su ancianidad y delgado por la abstinencia dejaba muy lentamente escapar la sangre, se abrió también las venas de las piernas y rodillas. Fatigado por el dolor, temiendo que su sufrimiento abatiese el valor de su esposa y también por no alterarse al presenciar los tormentos de ella, la persuadió a retirarse a otro aposento. Entonces, echando mano de su elocuencia aún en sus últimos momentos, llamó a sus secretarios y les dictó varias cosas. Como fueron literalmente publicadas, creo superfluo el comentarlas.
Pero Nerón no tenía resentimiento alguno contra Paulina y, temiendo hacer más odiosa su crueldad, ordenó que se impidiese la muerte de la esposa de Séneca. Por orden de los soldados, sus libertos y esclavos le vendaron las heridas y detuvieron la sangre. No se sabe si ella se dio cuenta de esto pues, como el vulgo se inclina siempre a pensar lo peor, no faltó quienes creyesen que mientras temió la ira de Nerón, deseó la gloría de acompañar a su marido, pero que después, con mejores esperanzas, se dejó vencer por la dulzura de la vida. Solamente vivió algunos años guardando el recuerdo de su marido y mostrando en su rostro y en sus descoloridos miembros que la vida languidecía en ella. Viendo Séneca que se prolongaba el dolor de la agonía rogó a Eustacio Anneo, en quien veía un amigo fiel y un hábil médico, que le sacase el veneno que ya tenía preparado (era el que daban los atenienses a los condenados a muerte), y cuando se lo trajeron lo tomó sin que le produjera efecto, pues sus miembros estaban fríos y en su cuerpo no obraba el veneno. Ordenó, a continuación, que le introdujesen en la sala de baños calientes y, rociando con el agua a los presentes, dijo que ofrecía aquella libación a Júpiter libertador. Por fin, entrando en el baño, lo sofocó el vapor. Su cuerpo fue incinerado sin ceremonia alguna. Así lo había prescrito en su testamento cuando, siendo rico y poderoso, pensaba en sus últimos momentos

Cayo Cornelio TÁCITO, La muerte de Séneca (Anales, libro XV)

9ª ETAPA

Hemos buscado caminos y árboles; astronautas, pájaros, perros y esfinges; personajes literarios y cinematográficos; pero por si se nos olvida quiénes somos y de dónde venimos, …




UNA DE FILÓSOFOS
(ya tocaba, ¿no?)
-¿o qué creíais, que no iba a aparecer por aquí la filosofía?-


Empezamos con un filósofo, muy célebre y conocido nuestro, que nos ha visitado varias veces (y lo seguirá haciendo; qué le vamos a hacer).
Pues bien, este filósofo, según nos cuenta él mismo, en un momento de su vida, andaba como dormido, inmerso en noséqué sueño raro del que salió por el encuentro con otro filósofo.
Este encuentro referido fue solo intelectual, primero porque este primer filósofo no era en absoluto amigo de viajes ni de citas, poco aventurero y menos explorador; y segundo, porque en realidad el encuentro fue la lectura de una obra de ese segundo filósofo.

Este segundo filósofo citado, tan importante para el devenir intelectual del anterior, había publicado un par de obras, una de ellas fundamental para la historia del pensamiento pero ignorada por su tiempo. Tan desconocido y nada reconocido era en su valía filosófica por sus contemporáneos, que había fracasado en dos intentos de entrar en la Universidad a dar clases (sí; también los filósofos fracasan en sus propósitos, incluso los filósofos buenos); dos veces intentó acceder a un puesto de profesor universitario, dos veces fue rechazado. Eso sí, tuvo suerte y consiguió otro empleo: bibliotecario (que, aunque no sea lo mismo, tampoco está nada mal)
Amigo del buen comer y buen beber, era también un amigo de sus amigos, es decir, un verdadero amigo. Enterado de que uno de ellos, otro filósofo, pasaba por graves problemas, pero problemas serios de verdad (prohibición de publicar obras, expulsión de algunas ciudades, persecución política…) decide acudir en su ayuda y acogerlo en su casa.
Y así nos encontramos al tercer filósofo, cogiendo un barco y poniendo rumbo hacia la protección que le brindaba la casa de su bienhechor amigo (sí; también los filósofos huyen cuando observan peligros alrededor, incluso los filósofos buenos).
Al principio del encuentro, todo fue estupendamente. Ambos se estimaban pero sobre todo respetaban y admiraban mutuamente sus pensamientos y obras. Sin embargo, la convivencia fue dificultándose, agriándose, hasta el punto de que en poco más de seis meses, la visita termina y de muy malos modos, con un intercambio epistolar muy poco agradable incluido.

Y de este modo, tenemos a ese tercer filósofo volviendo de nuevo a la ciudad de donde partió.
10 años después de aquella infortunada visita, lo volvemos a encontrar, y en no muy buenas condiciones. Tremendamente perturbado y angustiado (sí; también los filósofos se angustian y andan perturbados, incluso los mejores filósofos), sintiéndose despreciado por los que le rodeaban y peor aún perseguido, acorralado por multitud de poderosos enemigos que pretenden su humillación y más aún su aniquilación; ha concluido una nueva obra, un nuevo libro, de raro, muy raro título, y más raro contenido, una especie de conversaciones con quienpareceotroperonoesotro. Creyendo que esos tenaces y hostiles rivales harán todo lo posible por impedir su publicación, decide, como mejor opción, entregar a Dios el manuscrito, hacer a Dios el depositario de su obra. Para ello, se dirige la iglesia más importante de la ciudad donde vive, firmemente dispuesto a depositarla en el altar. Pero, mira por dónde, ¡¡horror!!, la verja del altar donde pensaba dejarla, se encuentra cerrada. Abatido, completamente derrotado, convencido de que está irremisiblemente perdido, pues tiene incluso a Dios en su contra, abandona el lugar.
Hay que reconocer que este filósofo era de carácter difícil, y según muchos, no es que estuviera en algunos momentos de su vida mentalmente perturbado sino que era un perturbado mental (sí; también entre los filósofos hay perturbados mentales y asimismo hay perturbados mentales que son filósofos). El agrio conflicto con aquel segundo filósofo, no fue el único que tuvo en su vida, porque lo cierto es que este hombre, de un modo u otro y por una u otra razón, acabó polemizando y rompiendo con todos y cada uno de los que en otros momentos pasaron por ser amigos suyos.

De entre todas sus disputas, que como decimos fueron muchas, innumerables, una destaca por célebre y significativa: la que tuvo con otro autor, el cuarto filósofo. Éste, unos cuantos años mayor que él, era ya un autor consagrado, reconocido y aplaudido por su tiempo cuando conoció a aquél.
Era, este cuarto filósofo, un talento enorme y tan extraordinariamente precoz que en plena juventud ya conocía las mieles del éxito, hasta el punto de que bien pronto se convierte en el maestro y el modelo a seguir de todos cuantos querrían dedicarse a la creación artística y filosófica. Precisamente lo que le ocurrió al filósofo anterior, el tercero: al principio, admiración, casi ciega veneración de un principiante ante quien era ya un autor consagrado, para poco a poco ir tornándose la situación hasta terminar en el odio más enconado y feroz, y además un odio recíproco.
Y, sin embargo, ¡lo que son las cosas!, las paradojas, más bien las ironías, que tiene la vida, o en este caso, la muerte: murieron (sí, también los filósofos mueren, incluso los filósofos buenos – los malos, también-) el mismo año y a alguien se le ocurrió enterrarlos en la misma sala, casi juntos, uno enfrente del otro en realidad. ¡¡Los enemigos irreconciliables enterrados uno al lado del otro!!. Todavía hoy los podemos ver así.

Este cuarto filósofo tiene una vida pródiga en lujos y boatos, de los que gusta en abundancia (sí, también entre los filósofos hay amantes del lujo, incluso entre los filósofos buenos), aunque eso no le priva de permanecer atento a lo que ocurre alrededor. Por eso, cuando en un otoño cualquiera, noviembre para más señas, que comienza desabrido y lluvioso como casi todos, recibe la noticia de un terrible acontecimiento que ha tenido lugar, queda profundamente consternado. Es cierto que ese hecho ha ocurrido lejos, muy lejos de donde él se encuentra y que ni personal ni directamente le afecta; pero es de tal magnitud, tan espantoso y horrible, tan inmensamente dañino, que le conmueve íntimamente dejándolo abandonado en un estado muy sombrío y apenado. De ese estado saldrá escribiendo una obra sobre tal acontecimiento tan profundamente perturbador para él y para sus contemporáneos.

Pues bien, en esa obra, en el escrito que el cuarto filósofo compone a partir de ese suceso, dirige una crítica dura, feroz, pero sin duda justificada, a un quinto filósofo, al que por cierto no conocía personalmente.





La TAREA: Una pregunta: ¿Quién es el quinto filósofo?

La PISTA: El perfil, en claroscuro, del primer filósofo citado es éste:







PLAZO: Desde ahora mismo, desde este mismo momento, desde ya… hasta el viernes, 11 de marzo, 10:30 horas.

PUNTUACIONES:
• 15 puntos para primera respuesta correcta
• 10 puntos para segunda, tercera, cuarta y quinta respuesta
• 8 puntos para respuestas sexta a décima
• 6 puntos para respuestas undécima a decimoquinta.
• 5 puntos para respuestas correctas posteriores

Y venga, vale, de acuerdo: puntos extra para las respuestas correctas de las cuestiones intermedias de la prueba. A saber, las siguientes:
• ¿Quién es el primer filósofo?
• ¿Qué despertar tuvo en su vida?
• ¿Quién es el segundo filósofo?
• ¿Qué obra tan fundamental para la historia del pensamiento escribió?
• ¿Quién es el tercer filósofo?
• ¿Qué obra intentó depositar en una iglesia?
• ¿Quién es el cuarto filósofo?
• ¿Qué obra escribió fruto de esa gran conmoción?
2 puntos extra por cada respuesta correcta.

La botella, la red, el LABERINTO

Wittgenstein ha escrito que la tarea de la filosofía es la de enseñar a la mosca a salir de la botella. Esta imagen elevada a representación global de la vida humana, refleja solo una de las posibles situaciones existenciales del hombre, y no la más desfavorable, es la situación en que existe una vía da salida; por otra parte, fuera de la botella hay alguien, un espectador, el filósofo, que ve claramente dónde está.
Pero ¿qué pasa si en lugar de la imagen de la mosca en la botella consideramos la del pez en la red? También el pez se debate en la red para salir de ella, con una diferencia: cree que hay un camino de salida, pero éste no existe. Cuando la red se abra (no por obra suya) la salida no será una liberación, es decir, un principio, sino la muerte, o sea el fin. En esta situación, la tarea del filósofo, del espectador externo que ve no solo el esfuerzo sino también la meta, no puede ser la ya descrita por Wittgenstein. Con toda probabilidad predicará la vanidad de la cura, de agitarse sin un objetivo, la renuncia a los bienes cuya posesión no es segura y en cualquier forma ya no depende de nosotros, la abstinencia, la resignación, la imperturbabilidad. Nos invitará a contentarnos con el breve tiempo de vida que aún no es dado vivir, a esperar la muerte con serenidad y tal vez a cultivar nuestro jardín.
(…) Pero nosotros, los hombres, ¿somos, moscas en la botella o peces en la red?
Tal vez ni una cosa ni otra. Tal vez la condición humana puede representarse globalmente de manera más apropiada con una tercera imagen: el camino de salida existe pero no hay afuera ningún espectador que conozca de antemano el recorrido. Estamos todos dentro de la botella. Sabemos que la vía de salida existe pero sin saber exactamente dónde se halla procedemos por tentativas, por aproximaciones sucesivas. En este caso, la tarea del filósofo es más modesta en relación con la primera situación y menos sublime en relación con la segunda: enseña a coordinar los esfuerzos, a no arrojarse de cabeza a la acción, y al mismo tiempo a no demorarse en la inacción, a hacer elecciones razonadas, a proponerse a título de hipótesis, metas intermedias, corrigiendo el itinerario durante el trayecto si es necesario, a adaptar los medios al fin, a reconocer los caminos equivocados y abandonarlos una vez reconocidos como tales. Para esta situación nos puede ser útil otra imagen, la del laberinto: quien entra en un laberinto sabe que existe una vía de salida, pero no sabe cuál de los muchos caminos que se abren ante él a medida que marcha conduce a ella. Avanza a tientas. Cuando se encuentra bloqueado un camino vuelve atrás y sigue otro. A veces el que parece más fácil no es el más acertado; otras veces, cuando cree estar más próximo a su meta, se halla en realidad más alejado, y basta un paso en falso para volver al punto de partida. Se requiere mucha paciencia, no dejarse confundir nunca por las apariencias, dar (como suele decirse) un paso cada vez, y en las encrucijadas, cuando no nos es posible calcular la razón de la elección y nos vemos obligados a correr el riesgo, estar siempre listos para retroceder. La característica de la situación del laberinto es que ninguna boca de salida está asegurada del todo, y cuando el recorrido es justo, es decir, conduce a una salida, no se trata nunca de la salida final. La única cosa que el hombre del laberinto ha aprendido de la experiencia (supuesto que haya llegado a la madurez mental de aprender la lección de la experiencia) es que hay calles sin salida: la única lección de laberinto es la de la calle bloqueada.


N. BOBBIO, El problema de la guerra y las vías de la paz.


EN EL LABERINTO, entonces.

Acerca de las creencias

Si no hay ni puede haber pruebas empíricas o teóricas de una creencia, ¿para qué adoptarla? ¿simplemente porque fue inventada hace milenios y porque contribuye a distraer la atención de los problemas apremiantes de la vida terrenal?


M. BUNGE, Incredulidad y credo de un escéptico

ELOGIO DEL FILÓSOFO

Cuando la vida humana yacía a la vista de todos torpemente postrada en tierra, abrumada por el peso de una religión, cuya cabeza asomaba en las regiones celestes amenazando con una horrible mueca caer sobre los mortales, un griego osó el primero elevar hacia ella sus perecederos ojos y rebelarse contra ella. No le detuvieron ni las fábulas de los dioses, ni los rayos, ni el cielo con un amenazante bramido, sino que aún más excitaron el ardor de su ánimo y su deseo de ser el primero en forzar los apretados cerrojos que guarnecen las puertas de la Naturaleza. Su vigoroso espíritu triunfó y avanzó lejos, más allá del llameante recinto del mundo, y recorrió el todo infinito con su mente y ánimo. De allí nos trae, botín de su victoria, el conocimiento de lo que puede nacer y de lo que no puede, las leyes, en fin, que a cada cosa delimitan su poder y sus mojones hincados hondamente. Con lo que la religión, a su vez sometida, yace a nuestros pies; a nosotros la victoria nos exalta hasta el cielo.
(…)
Atenas, de nombre glorioso, fue la primera que un día repartió la semilla productora de trigo a los míseros mortales, dio una nueva forma de vida y estableció leyes; fue también la primera en procurarles los dulces consuelos de la vida cuando dio a luz a este hombre de genio tan grande, de cuyos labios verídicos fluyó toda la sabiduría; aún después de extinto, sus divinos hallazgos han exaltado hasta el suelo su gloria, ya difundida de antiguo.
Pues cuando vio que casi todo lo necesario al sustento está ya aquí al alcance de los mortales, y que su existencia está, en lo posible, a resguardo de peligro; que los hombres, poderosos en gloria y honores, nadaban en riquezas y eran exaltados por la fama de sus hijos, y que, sin embargo, en su intimidad, cada uno sentía su corazón presa de una angustia que, a despecho del ánimo, atormentaba su vida sin pausa ninguna y les forzaba a alterarse en quejas amargas, comprendió entonces que todo el mal venía del vaso mismo, y por culpa de éste se corrompía en su interior todo lo que desde fuera se aportaba, incluso los bienes; en parte, porque lo veía roto y agrietado y no podía colmarse jamás por ningún medio; en parte porque infectaba con su repugnante sabor todo lo que en su interior recibía.
Así pues con sus palabras de verdad limpió los corazones, fijó un término a la ambición y al temor, expuso en qué consiste el sumo bien al que todos tendemos y nos mostró el camino, el atajo más breve y directo que nos puede conducir a él; y expuso los males que infestan las cosas mortales y se ciernen sobre ellas por causas naturales, o por azar o por fuerza, pues así lo ha dispuesto la Naturaleza; enseñó por qué puertas hay que salir al encuentro de cada uno; demostró que las más veces son vanas las olas de angustia que en sus pechos revuelven los hombres. Pues tal como los niños tiemblan y de todo se espantan en las ciegas tinieblas, así muchas veces nosotros en la luz tememos cosas que en nada son más espantables que las que en lo oscuro temen los niños. Preciso es, pues, este temor y tinieblas del ánimo disiparlos no con los rayos del sol y los lúcidos dardos del día, sino con la contemplación de la Naturaleza y la ciencia.

Tito LUCRECIO Caro, De la naturaleza de las cosas

Pocas veces palabras tan elogiosas se han pronunciado sobre filósofo alguno.
¿A quién van dirigidas? Al autor de la siguiente exigencia planteada a la filosofía:
Vana es la palabra del filósofo que no cura los sufrimientos del hombre. Pues de la misma manera que no es útil la medicina si no cura las enfermedades del cuerpo, tampoco lo es la filosofía si no sirve para suprimir las enfermedades del alma.

Naturalmente que merece la pena saber quién es, y más aún, conocerlo. Y por ello tiene en el LIBRO DE VISITAS un lugar destacado, especial, como corresponde a uno de nuestros más ilustres visitantes.