Lo que arrastra el viento. El último día ... y ahora VERANO, por fin

OBRAS MAESTRAS. Imprescindibles.



Una fotografía





de una serie, SAHEL: FIN DEL CAMINO (1984-85)
un fotógrafo, Sebastiao SALGADO

Más que nunca, creo que la raza humana es única. Existen diferencias en el color, la lengua, la cultura y las oportunidades, pero los sentimientos y las reacciones de la gente son similares. Los seres humanos huyen de la guerra para escapar de la muerte, emigran con la esperanza de prosperidad, construyen nuevas vidas en tierras extranjeras, y se adaptan a situaciones extremas ...



En el Sahel, donde hace veinte años realizó esta obra de trágica grandeza, Sebastião Salgado cambió de profesión. Era economista, se hizo fotógrafo. Y cámara en mano, se lanzó al camino.



Anduvo mucho, por todas partes.


Alguna vez llegó a una mina abandonada, allá en lo hondo de la Guayana francesa, que ni cementerio tenía, porque ni los muertos habían querido quedarse.


Y encontró a un viejo, un sobreviviente, que seguía escarbando la arena en busca de oro. Sentado bajo un árbol más viejo que él, revolvía la batea.


Había venido hacía medio siglo, quién sabe de dónde.


—Mi mujer es muy linda –dijo.


Y mostró a Salgado una foto borrosa y rotosa.


—Me está esperando –dijo.

Ella tenía 20 años. Tenía 20 años desde hacía medio siglo, quién sabe dónde.


La historia viva de la mayoría de la humanidad es, también, una foto borrosa y rotosa.


Salgado le ha devuelto luz y plenitud. Una cámara consagrada al rescate de los olvidados: desde Sahel en adelante, Salgado ha hecho la crónica del naufragio universal. No se ha ocupado de los navegantes, sino de los náufragos, los arrojados por la borda en el viaje del mundo, que son mucho más numerosos. Ellos, los ignorados de siempre, vienen del mismo barco, y el artista quiere que se sepa: “No hay cámaras allí –dice–. Por eso voy”.






Nada que ver con el turismo de la miseria, las imágenes del infortunio ajeno que alimentan a la sociedad de consumo brindándole consuelos y coartadas. Salgado no fusila a los desamparados: les rinde homenaje. No fotografía a traición, desde lejos, disparando con teleobjetivo. Se mete en la realidad que elige, o que lo elige, su realidad del Sur, y la comparte. Fotografía desde cerca, desde adentro.


Alta belleza tiene su obra. La belleza, ¿maquilla el horror? ¿Miente el horror, para hacerlo digerible? “La belleza –dice el artista– proviene de las personas que encuentro. Ellas son las que me regalan esas imágenes.”

No hay maquillaje ni mentira: Salgado revela el secreto resplandor de la dignidad humana, que fulgura dentro de la oscuridad. La calidad estética de sus fotografías, nacida del respeto, celebra esa porfiada belleza de los condenados del mundo.



Aquella aventura iniciada en el Sahel continuó después en grandes obras, de largo aliento.


La más reciente es la que dedicó al tema de la emigración.


No son libres los caminos del éxodo humano.


En inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible. Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente;; vienen desde la orilla latinoamericana del Río Bravo, desde la orilla africana del mar Mediterráneo y desde otras orillas del oriente del mapa. Les han robado su lugar en el mundo, han sido despojados de sus trabajos y sus tierras.


Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los precios de ruina y de los salarios de hambre. Abandonan sus suelos extenuados, sus bosques arrasados, sus ríos envenenados. Los desterrados de la globalización peregrinan inventando caminos, queriendo casa, golpeando puertas: las puertas que se abren, mágicamente, al paso del dinero, se cierran en sus narices. Expulsados, rechazados, prohibidos, millones de parias deambulan por el mundo.


En cuarenta países, durante varios años, Sebastião Salgado ha fotografiado esta tragedia de nuestro tiempo. Son trescientas imágenes. Y las trescientas imágenes de esta inmensa desventura humana caben, todas, en un segundo. Suma solamente un segundo toda la luz que ha entrado en la cámara, a lo largo de tantas fotografías: apenas una guiñada en los ojos del sol, no más que un instantito en la memoria del tiempo.


E. GALEANO



Aguanta la respiración y sumérgete en este libro, como quien se lanza a una piscina oscura. Toma aliento y enfréntate a estas fotografías formidables, que son una ventana despiadada a lo que ya sabemos pero nos empeñamos en ignorar, al reverso de lo que somos, a la zona en sombras de la vida.


Ánimo. Mantén la mirada en las láminas. Que no se diga que, viviendo en el privilegio como vives, ni siquiera eres capaz de soportar por unos instantes el dolor y la desazón del reconocimiento. Los privilegios son así. Embotan las conciencias y nos embriagan con la dulzura del olvido. Porque el privilegiado se empeña en vivir ignorante de su condición, sin recordar jamás que su abundancia se asienta en el desposeimiento de los otros. Así es que aguanta y mira.


Escuece. El reconocimiento escuece, desde luego. El comprobar una vez más que son hombres y mujeres como tú. Niños como los tuyos. Ahí están, con dos ojos, un corazón, una mente llena de miedos y de ambiciones de felicidad. Como la tuya. Perfectamente humanos aunque su envoltura exterior sea chocante. Aunque los perfiles de sus cuerpos padezcan una deformación grotesca. Son los estragos del sufrimiento. Tú, que sabes del dolor puesto que vives, imagina la cantidad incalculable de dolor que es necesaria para triturar así a una persona.


En realidad es una cuestión de geografía. Todo consiste en haber nacido en éste o en aquel lado de la tierra, por encima de un determinado paralelo o por debajo. Un puro azar genético, una lotería paritoria te ha convertido en lector de este libro y no en protagonista. Pero podías haber estado ahí, encerrado en los perfiles de la foto y en la miseria.


Son geografía, en fin, estas instantáneas pavorosas. Una geografía de pieles deshidratadas, cueros resquebrajados pero aún palpitantes. Geografía anatómica de cuerpos imposibles, con nalgas infantiles tan huesudas como un omóplato y omóplatos tan aguzados como el espinazo acorazado de un saurio prehistórico. Sí, parecen cuerpos imposibles, pero existen. Míralos bien: si te desasosiega contemplarlos es porque son reales. Y porque, aun antes de haber visto las fotos, sabías - y procurabas olvidarte - de su existencia. El reencuentro con lo oscuro siempre duele.


Pero no te confundas: las impecables fotos de Salgado no andan reclamando tu horror, no buscan un pasajero espasmo de conciencia, ni un vahído de culpabilidad narcisista e inútil. Las fotos de Salgado no van dirigidas a la emoción, sino al conocimiento. Hay que conocer la realidad, por dura que ésta sea, para poder actuar en consecuencia.


Porque se pueden hacer cosas, existe solución para este genocidio millonario, es posible luchar contra el espanto. Salgado lucha, por ejemplo, cuando dedica su inmensa sensibilidad fotográfica a retratar estos temas. Y los profesionales de Médicos sin Fronteras luchan desde su esfera sanitaria con toda sensatez y gran sentido práctico. Hay muchas formas de combatir la indignidad de la miseria. Desde exigir a nuestros gobernantes que aumenten la ayuda a los países subdesarrollados hasta impedir la destrucción de los sobrantes alimentarios, pasando por las aportaciones personales, de tiempo o de dinero, en cualquiera de las organizaciones de ayuda ya existentes. Por fortuna la Tierra está empequeñeciendo día a día. Hoy volamos de un hemisferio al otro en unas horas; viajamos mucho, nos vemos en la televisión, empezamos a conocernos mutuamente. Hoy los ojos de esos niños moribundos del Sahel te están mirando a tí, me están mirando a mí, pidiéndonos ayuda. Son de nuestra carne y nuestra sangre, colegas de este mundo pequeño, vecinos de vida ante los que hemos de sentirnos responsables. Escucha, lo único que puede perpetuar esta situación atroz es el olvido; el estremecerse momentáneamente ante las fotos para luego borrarlas de la memoria con diligente alivio. Este libro es una impresionante lección de geografía humana, y como tal hay que leerlo y aprenderlo. Estremezcámonos menos y recordemos.


Lección de Geografía, Rosa MONTERO
y una recopilación de mas fotos: